Acuarela

El día que el polvo cubrió el suelo de mi habitación, mis ojos brillaban con una luz roja sobrenatural.
Fuera, el viento soplaba con bravura y la lluvia caía con gallardía, pero la batalla más impresionante tenía entonces lugar dentro de mí.

No tenía razones para estar triste, nadie las tiene en realidad, y sin embargo sentía que no estaba completo.
Aquella estancia no era más que un collage de trozos de espejo y retales de reflejos. Yo los había roto todos para no volver a verme.

No quería convivir con lo que el universo había hecho de mí. El frío había empañado mis colores y los demonios maldicho mis acordes. Ya no quedaba apenas nada de aquel joven artista que quería comerse el mundo a base de guitarra y pincel. Me habían robado el alma, y yo me había propuesto arrebatarme la vida.

Estoy preparado- pensé.


Me levanté lentamente, cerré la puerta del dormitorio y me agaché para coger uno de los cristales. Armado, me senté sobre el colchón desnudo de la cama y traté de terminar la escena, pero no pude.
Me había mentido. No tenía valor suficiente para hacerlo. Nunca lo había tenido.


Y volví a levantarme, y crujieron cristales, y hubo un ensayo , y un error y una caída. Y maulló un gato.
No había tenido valor suficiente para hacerlo. Nunca lo tuve. Pero el universo, como tantas otras veces, se ocupó de trazar la última pincelada.

El polvo se tiñó de rojo aquella noche, con la noche se iluminó la Luna, y con la Luna, se apagaron mis ojos.
Una aguada de escarlata acuarela puso el punto y final a la escena.

1 comentario:

Gema dijo...

Deja de romper cristales, siempre podrás reflejarte en sus ojos y verás exactamente lo que quieres y lo que ella quiere de ti.