El Monstruo

 El Monstruo deseaba un corazón. Siempre había observado a los niños reír, llorar, querer, jugar, crecer... Los observada crecer y alcanzar la adolescencia, convertirse en adultos, descubrir la amistad, enamorarse, vivir. El Monstruo quería vivir. Se había cansado de las sombras y del interminable vacío, y lo único que le impedía sentir como aquellas criaturas era no tener ese extraño artefacto ruidoso y aparentemente incómodo al que llamaban corazón.
 Así que un día abrió la puerta del armario en que residía y se lanzó al mundo exterior. Buscó por toda la ciudad el lugar de donde provenían los corazones -si todo el mundo tenía uno debían fabricarse en un almacén enorme- pero no lo halló en ninguna gran superficie comercial ni en ningún polígono industrial. Cansado de buscar y temeroso de que cuanto mayor fuese el tiempo que pasara ahí fuera mayores serían las probabilidades de ser descubierto por un humano -o peor, por un niño-, decidió que tenía que optar por el camino más corto, aunque fuese el más drástico. Debía robárselo a alguien.
 Con la ayuda de su smartphone, investigó en reputadas y fiables bases de datos acerca del robo de corazones y finalmente concluyó que la mejor manera de extraerlos era tal y como describían aquellas fuentes etiquetadas como "literatura romántica": conseguir que una muchacha se enamorase de él.
 No perdió un segundo en armarse con una cantidad ingente de libros de auto-ayuda especializados en citas y registrarse en una de esas famosas aplicaciones con las que los humanos buscaban pareja. Y no tardó demasiado en toparse con la primera candidata. Primera y única, porque sus recién adquiridas habilidades románticas dieron sus frutos y aquella chica le pidió seguir viéndole en repetidas citas. Pronto pasaron de las palabras a las caricias y de las caricias a los besos. Y todo el mundo sabe que un beso de amor es el desencadenante perfecto para cualquier tipo de magia. Magia que el Monstruo utilizó para robar el corazón de la muchacha y luego desaparecer de vuelta a las sombras, dejando a aquella criatura allí sola y desamparada, vacía por dentro, como siempre se había sentido el Monstruo.
 De nuevo en el interior de su armario, miró fijamente el corazón robado y observó con curiosidad científica cómo latía. Cómo bombeaba potenciales emociones desde sus ventrículos para ir a parar al aire, desvaneciéndose en el acto. A partir de ahora todas ellas lo recorrerían a él. Al fin.
 Lo agarró fuertemente y lo introdujo en la negrura de su cuerpo. Al contrario de lo que cabría esperar, la operación no presentó ningún tipo de dificultad. El vacío al que él llamaba pecho lo atrajo hacia sí con una tremenda fuerza -o una profunda desesperación- y lo forzó a latir para él como nunca antes había latido para nadie. En ese momento el reino de las sombras comenzó a desdibujarse y el Monstruo fue expulsado definitivamente al mundo de los humanos. Estaba listo para empezar a vivir.



 Con su recién estrenado corazón dentro de su pecho y adecuadamente funcionando, el Monstruo se lanzó con entusiasmo a vivir todas aquellas experiencias de las que hasta entonces se le había privado. Fue al cine y se emocionó con una preciosa película. Asistió a un concierto y bailó hasta desfallecer. Salió al campo y quedó extasiado por el sobrecogedor paisaje. Viajó por todo el mundo, visitó todas sus ciudades, olió todas sus calles y disfrutó de todas las formas de arte que los humanos eran capaces de realizar. Con cada nuevo descubrimiento, con cada nueva emoción, el corazón robado latía cada vez más y más deprisa. Nunca nadie había explotado tan intensamente la vida como lo había hecho el Monstruo y, aún así, él quería más.
 Recordó todos los cuadros contemplados, todas las novelas leídas y todas las óperas escuchadas, y decidió que el amor sería su siguiente objetivo. Acudió de nuevo a su teléfono y se sorprendió de la cantidad de mujeres que se habían interesado por él desde que usó aquella aplicación por primera vez. Tenía muchísimos sujetos de prueba y eligió salir con todos. 
 Las había altas, bajas, rubias, morenas, con pecas, sin pecas, tímidas, habladoras, superficiales, intensas, graciosas, aburridas, coquetas, entusiastas, leídas, melómanas, cinéfilas, bohemias, religiosas, bebedoras, deportistas, sanas, artistas, locas, raras, pero todas hermosas. Hay que tener en cuenta que un Monstruo que ha vivido toda su existencia dentro de un armario es inmune a todos esos patógenos artificiales que afectan a la raza humana -especialmente a esa parte que se llama a sí misma civilizada- y que conocemos comúnmente como prejuicios. Así que se enamoró de todas y cada una de ellas. Y con cada nuevo flechazo el corazón robado tenía que incrementar cada vez más su velocidad y potencia para poder bombear eficientemente todo lo que el Monstruo sentía. Hasta que no pudo más.
 El Monstruo amó con todas sus fuerzas, sintió la máxima felicidad y sufrió las mayores decepciones. Vivió tanto y tan intensamente que ya apenas podía oír nada por encima de los latidos de su corazón, que resonaba con el desagradable estruendo de mil fábricas funcionando a la vez. Bum, bum. Bum, bum. Era la única canción que podía circular por su cabeza. Bum, bum. Bum, bum. Ni siquiera conciliaba ya el sueño y su cuerpo estaba completamente en tensión todo el día. Era insoportable. Tenía que devolver aquel artefacto del diablo antes de que la vida lo matase.
 Retrocedió hasta el punto de partida y buscó a aquella chica -la primera de todas, la dueña de su corazón- por todos los lugares que solía frecuentar. Exploró todos los rincones y preguntó a todos sus conocidos pero parecía que nadie sabía nada de ella desde el día de la extirpación. Su corazón seguía fuera de control, le pitaban los oídos. Lloraba y reía alternativamente. Estaba feliz y enfadado al mismo tiempo. Tenía que sacárselo ya.
 Con sus propias manos intentó arrancárselo, en vano, pues la experiencia ya le había enseñado que no era tan fácil separar un corazón de su cuerpo. Y aún así siguió intentándolo. Cada vez más fuerte, cada vez más profundo. Hasta que una chispa en su cabeza prendió, regalándole la revelación que necesitaba. Era imposible, pero era la única posibilidad que le quedaba por comprobar. Así que asustado, pero decidido, siguió retrocediendo hasta encontrarse finalmente frente a la puerta del armario. Su armario.
 Cuidadosamente la abrió y sintió cómo las sombras brotaban de él y lo tentaban a regresar. Pero no tenían que tentarlo porque él ya estaba convencido. En el interior del armario, en medio de toda aquella oscuridad, se encontraba ella, hermosa y vacía. Perfecta. Y el Monstruo no tuvo más remedio que saltar dentro, acercarse tiernamente y besarla como no había besado a ninguna de sus otras amantes. Fue el mejor de los besos porque sería el último que daría. Porque en cuanto sus labios entraron en contacto con los de la joven el corazón robado salió disparado, incrustándose de regreso en el pecho de su legítima propietaria y condenándolo de nuevo a su eterno vacío.
 Por unos instantes todo fue fuego, dolor, gritos, magia y humedad, y cuando el proceso terminó la chica había desaparecido y él volvía a estar dentro de su armario, solo, como siempre había estado. Pero no se sintió triste. En realidad no sintió nada porque simplemente no podía. Ya no tenía corazón. Echó un vistazo a la profunda oscuridad que lo rodeaba y el infinito lo reconfortó.

  

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