Las doce de la mañana. La lluvia
repiquetea sobre el paraguas de Sofía mientras corre dificultosamente entre la
gente, los coches y los charcos. Llega tarde a clase. Si se tratase de
cualquier otra asignatura igual hubiese optado, llegado aquel nivel de retraso,
por quedarse en la cama culminando su sueño, pero esa mañana tenía historia del
arte, su asignatura favorita.
Como de costumbre, el semáforo
del cruce de la calle Venecia con la Avenida de la Fortuna cambia a rojo justo
cuando está a punto de cruzar. Una odiosa particularidad de aquel punto de la
ciudad. Mientras espera, impaciente, a Sofía le da tiempo a mirar el reloj del
móvil, a revisar su mochila en busca de algún olvido importante y a reparar en
un niño pequeño, vestido con un maltratado chubasquero, que pide limosna
sentado en el bordillo. El niño se levanta para acercarse a la joven pero justo
en ese momento el semáforo cambia a verde y ella cruza decidida. No tiene
tiempo que perder.
Sofía llega a la facultad, sube
aceleradamente las escaleras y logra alcanzar su aula, la dos punto cuatro, al
final del largo pasillo de la segunda planta. Entra cauta y en silencio,
tratando de colgar su paraguas en el perchero disimuladamente y de ocupar su
asiento sin que Don Joaquín perciba su retraso. En la pizarra digital aparece
proyectado el retrato de un niño con una sonrisa entre tierna y apesadumbrada.
- ¿Qué cree que hace, señorita
Rodríguez?
- Eh... ¿Yo?- la inesperada
pregunta de su profesor le pilla por sorpresa. Sofía duda, tiembla, contesta
titubeante- Lo siento profesor.
- ¿Qué es lo que siente? Anda,
conteste. ¿Qué cree que hace el niño del cuadro?
Respira aliviada. Echa una
mirada al cuadro y sonríe, mucho más relajada. Murillo es uno de sus pintores
preferidos.
- ¿Qué cree que Murillo trató de
mostrar en su pintura?- insiste el profesor, invitando a su alumna a iniciar lo
que, bajo su sabio juicio, podía ser un enriquecedor proceso
inductivo-reflexivo.
- No lo sé. Tendría que conocerlo
antes.
Todos ríen. Don Joaquín ordena
silencio al alumnado y luego recuerda a Sofía que Murillo lleva algunos siglos
fallecido. Sofía se disculpa por su respuesta sin saber muy bien la razón de su
desacierto. Ella no se refería al retratista sino al retratado. No podía
pretender saber qué quería mostrar Murillo de aquel niño sin conocer antes al
niño en cuestión, su situación, sus aficiones, sus aspiraciones.
El resto de la lección
transcurre con normalidad y, además de cuadros de Murillo, Don Joaquín proyecta
pinturas de Ribera, Velázquez, Zurbarán y otros artistas del barroco español.
Es una etapa artística que a Sofía le interesa especialmente, pero su atención
ya está puesta en otros asuntos.
Al salir de clase la joven
escapa tan precipitadamente que olvida su paraguas en el perchero. No le
importa porque ya no está lloviendo. Porque tiene una idea. Porque va a pedirle
una cita a un chico muy especial. O al menos eso hará si aún sigue allí,
sentado en el bordillo del cruce de la calle Venecia con la Avenida de la
Fortuna.
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