Luce el sol, débil, pero cálido. Luce y con su abrigo consigue apaciguar el hielo de mis manos, que poco a poco consiguen adaptarse a la soleada terraza. Sin embargo, mi pecho y mis labios siguen tan fríos como el suelo de loza.
Doy mil vueltas en la butaca y apenas consigo concentrarme en mi lectura matutina. Por eso dejo el libro sobre la mesita de PVC y me levanto para asomarme al balcón, tan frío como el suelo, el pecho y mis labios, no sin antes beber un poco de agua.
Pero apenas rozado el líquido mi garganta un instinto la lanza a cañonazos hacia el exterior, saliendo disparada y cayendo sobre la discurrida callejuela. Allí dónde se manifiesta el fantasma de mis fobias.
Y no puedo evitar que se me escape un alarido incontrolado.
De repente han desaparecido la luz y el calor de la mañana. De repente se ha hecho el silencio y, de repente, todo se ha vuelto oscuridad y pesadilla.
Me derrumbo mientras se deshielan mis ojos. Salgo corriendo mientras se quiebran mis inquietudes. Desaparezco del cuadro mientras dejo a solas mi libro sobre la mesita de PVC, a solas mi butaca, a solas mi suelo de loza, y a solas toda nuestra ropa tendida, que nunca termina de secar.
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