Abril se llevó el invierno.

Soplaba el mismo viento que el último día del otoño pasado, cuando los árboles bailaban mientras tu cámara grababa cada  instante de nuestro día en el parque. Y sin embargo, aquel lugar no parecía el mismo que nos abrigaba entonces, bajo su manto de hojas secas.

Aquel día jugamos bajo el sol radiante de una tarde utópica, olvidando que apenas éramos dos extraños y dejándonos llevar por la belleza del paisaje. Ni mis traviesas manos ni tus radiantes ojos podían entonces imaginarse la tragedia que nos regalaría el invierno.

Pero para entonces terminé de abrocharme los cordones, fijándolos con un nudo fuerte y seguro, para luego volver a montar sobre mi vieja bicicleta de paseo. Con un pequeño impulso comencé a pedalear y antes de que pudiese llegar a echarte de menos ya había abandonado el parque. Tu recuerdo y sus pormenores quedaron enterrados entre lirios y damas de noche.

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