Arrastramos el bote hacia una orilla para poder relajarnos sin temor a que la corriente se llevara nuestra embarcación y nos dispusimos a disfrutar del buen día y de la satisfacción que producía en nosotros estar rodeados de nuestro medio natural. Permanecimos allí un rato, hasta que, echando una mirada a la superficie, nos percatamos de que una chica con una cámara réflex colgada al cuello nos fotografiaba desde la distancia.
Sin decirles nada a los demás, salí del agua y me quedé mirándola fijamente, para que notara mi incomodidad. Pero sólo conseguí que retirase el objetivo de mis amigos y apuntara directamente a mí. No sabía si no captaba mi mensaje o es que no le importaba demasiado, porque no sólo seguía agazapada febrilmente al aparato sino que además ahora se acercaba lentamente, al parecer, para enfocarme desde una distancia más próxima. Me sentía como un animal perseguido por un reportero de National Geographics, así que cambié de estrategia.
- Fotos- se limitó a contestar, consiguiendo agotar mi paciencia en una sola palabra.
- No jodas- estallé- y, ¿te importaría dejar de hacerlo? Nos estás incomodando.
Dí un par de pasos y lancé mis brazos para arrebatarle la cámara. Ella trató de evitarme pero fui más rápido y conseguí agarrarme a la correa. Tiré de ella, y a la vez de la chica, hasta tenerla tan cerca que ya no podía esconderse detrás de un visor y tuvo que mirarme a los ojos. Fue la única vez que lo hizo, pero su recuerdo quedó fotografiado en mi memoria tal y como yo había quedado retratado en sus fotografías.
- ¿Qué pasa tío?- oí que gritaban desde el río.
Mis amigos habían notado mi ausencia y nadaban hacia la orilla para reunirse conmigo. Mientras, la chica se había deshecho de mis cadenas y, aprovechando mi vacilación, había salido corriendo para introducirse entre los arbustos. Apenas tardé medio segundo en reaccionar y lanzarme tras ella, sin saber siquiera por qué quería atraparla.
Seguí corriendo con los pies descalzos y la ropa mojada, atravesando matorrales y rodeando hileras de árboles que no llevaban a ninguna parte. Seguí buscándola en el fondo del río y bajo las piedras, pero no la encontré. Seguí esperándola todas las mañanas, remando hasta aquel mismo punto del río, con la esperanza de volverla a ver posada en la orilla, observándome como nunca nadie lo había hecho antes. Pero el destino y, quizás también, mi inadecuada intervención, hicieron imposible cualquier remota posibilidad de reencuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario