¿Te ha parecido alguna vez estar muerto?

La playa estaba abarrotada aquel día, sin embargo nadie podría interponerse entre el mar y yo. Seguí caminando por la arena un rato más hasta llegar a mi parte favorita. Se trataba de una pequeña cala que normalmente se encontraba solitaria. Esto podría estar causado por la gran cantidad de rocas que separaban la arena del mar y que formaban una especie de muralla natural que muchos evitaban. Pero no era mi caso.

Dejé la mochila sobre la arena, me desnudé y comencé a trepar por las rocas, con mucho cuidado de no resbalarme. Había rocas puntiagudas, cortantes, afiladas y mal asentadas, pero no era la primera vez que subía por allí y casi había memorizado el camino más seguro para el ascenso. Una vez arriba me puse en pié sobre la roca más grande de todas, me abrí de brazos y respiré hondo.

Al fin estaba frente al mar, después de todo un año de estrés, problemas económicos y muchas ilusiones frustradas ya necesitaba volver a aquel rincón del mundo (mi rincón del mundo) y entrar en contacto con el aire, la tierra y el mar. El viento no soplaba demasiado fuerte pero, aún así, allí estaba yo, frente a todos los límites. Y salté.

Al principio me extrañó que el agua no estuviese tan fría como otras veces pero como en cuanto me hube introducido en el mar comencé a nadar, pensé que quizá había entrado en calor rápidamente y no le dí importancia, pero cuando salí del agua comencé a sospechar que algo podía no ir del todo bien.

La playa ya no estaba desierta, había varias familias comenzando a clavar sus sombrillas y a extender sus toallas sobre la arena, huyendo, quizá, de las multitudes que a mi también me habían espantado. Lo que no era tan normal es que ninguna de aquellas personas pareciera percatarse de que un joven acababa de salir del agua completamente desnudo, lo cual sólo me impresionó al principio, pero luego decidí ignorar a la gente y volver a disfrutar de la naturaleza.

Sin, embargo lo más extraño de todo fue lo que ocurrió a continuación. Me había sentado sobre las rocas y había introducido los pies en el agua. Me gustaba sentir como el mar jugaba con ellos y los balanceaba. Pero no había agua. O yo no la sentía. Entonces miré hacia abajo y vi que las olas sí que llegaban hasta mis pies y estaban salpicando sobre mis muslos, pero era yo el que no las notaba. Ni siquiera sentía que mojaran. Y me asusté.


Entonces me levanté de un salto, me dí la vuelta y me dispuse a volver a bajar a través de las rocas, pero algo me detuvo frente a ellas. ¿Y si no había llegado a subir hasta allí?- pensé- ¿y si me había caído mientras escalaba las rocas, sin darme cuenta, y ahora estaba muerto?. ¿Y si por eso no era capaz de sentir el viento ni el agua? Quizás por eso nadie se había percatado de mi presencia...

Bajé las rocas deprisa, me vestí, me coloqué la mochila sobre los hombros y salí corriendo. Corrí por la playa, por el paseo marítimo y por el pueblo, hasta notar que sudaba. Hasta notar que mi corazón bombeaba y que mis músculos se tensaban. Hasta notar que seguía vivo, y que todo aquello sólo había sido una absurda sensación.

Sonreí.

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