Siento que me da vueltas la habitación, o quizás la cabeza; no lo sé. Ahora ya no estoy seguro ni de aquello que decía Descartes de ''pienso, luego existo''. Estoy pensando, sí, pero yo sé que hace meses que dejé de existir. Y eso me convierte en un fantasma.
Me levanto de la cama y me dirijo al cuarto de baño casi sin separar los pies del suelo. Me arrastro como un ánima que vaga sin objetivos ni ambiciones, con la respiración entrecortada, cómo aquel que lo hace sólo por manifestar algún retal de vida. Pero allí, el espejo corrobora mi teoría: soy un auténtico cadáver.
Trato de disfrazarme un poco de mortal, pero ni el agua caliente consigue sacar de mi cara algún otro color que no sea el blanquecino e indescriptible color pálido que muestra mi piel. Un momento. Algo se manifiesta en mi estómago. Voy hasta el váter y devuelvo.

Y puede ser que justo por eso esté ahora mismo derramándome en el sofá, despreciándome a mi mismo y lamentándome por no haber sido nunca el hombre que hubiese querido ser. Tal vez el alcohol sea el que me haga hablar en pasado y tal vez sea él también el que me esté apuntando con una pistola robada.
Se oye un disparo pero no se alarmen. Yo ya estoy muerto. Ahora sólo puedo ascender.
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