Ella, mi sombra.

Introduje la pluma en el tintero y comencé a siluetear aquella bella figura. Aún no podía decirse que fuese una mujer, pero mi instinto ya lo sabía. Por eso comenzaron a acelerarse mis pulsaciones, ansiosas de conocer el resultado de mi nueva creación.

Acostumbraba a dibujar sin modelos ni estudios previos. Simplemente me armaba con un lápiz o cualquier otro instrumento gráfico y dejaba volar mi imaginación. Hasta yo mismo me sorprendía de la calidad artística que a veces podían desprender unos retratos tan poco planificados. Pero eso era lo único que caracterizaba mi obra y tenía que reconocerlo.

Ese día estaba inspirado, como no era novedad aquella última semana desde el regreso de mis vacaciones, y mis manos ya comenzaban por enésima vez a insinuar aquella silueta que ya inundaba hasta mi entendimiento. Esta vez un poco menos ensombrecida, más nítida, más viva, como si en la próxima escena ya fuera a ser posible vislumbrar su rostro. Pero sabía que eso no era posible. 

Ella no tenía rostro.

Porque ella no era ningún invento de mi imaginación, ningún experimento artístico, ninguna creación. Era una mujer real en una playa real durante un atardecer real. Al menos todo lo real que puede llegar a ser una imagen borrosa dentro de un recuerdo tantas veces soñado.

Era un atardecer precioso, donde los añiles se fundían con los naranjas y los verdes con los violetas. Aunque  todos esos colores nunca se hallaron en el cielo, sino en la sombra. En la sombra de una mujer caminando sobre la fina y blanquecina arena de la costa onubense.      

Yo fotografiaba el mar cuando la vi, y no pude evitar enfocarla y aumentar el zoom de mi cámara. Pero aún así no conseguía avistarla bien, y por eso decidí acercarme a ella sigilosamente. Semejante hermosura debía ser fotografiada pero, mientras más me acercaba a ella, más se acercaba ella a la orilla, y no tardó en introducir sus pies en el agua salada. Cuando quise darme cuenta el mar ya la cubría hasta la cintura.

Entonces tropecé, mi cámara cayó al suelo y yo me hundí en la arena en su búsqueda. Cuando conseguí hacerme de nuevo con ella descubrí que el objetivo estaba dañado; ya no podría fotografiarla. Así que me resigné a echarle una última mirada. Había introducido su cabeza en el agua y al salir, sus cabellos resplandecieron con el tenue brillo del sol del ocaso. 

Pero como digo, aquella fue la última vez que la vi, pues aunque pasé horas y horas sentado en aquella playa esperando su regreso, jamás llegué a verla salir del mar. Para ella, yo siempre seré un atrevido desconocido que pasó demasiado tiempo espiándola, y para mí, ella siempre será una sombra. La sombra más hermosa que jamás haya retratado.

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