Seguía sentado sobre la fría arena de aquella fría playa mientras la brisa, también fría, erizaba los vellos de mi nuca. Recorría el oscuro horizonte con la mirada hasta desembocar mis ojos en la luz de la luna, que se reflejaba en el mar. Supongo que ella también estaría fría, como la arena y como la brisa, pero no me atreví a comprobarlo.
De repente, de entre todo aquel paisaje casi fúnebre, surgió una pequeña criatura cuadrúpeda y peluda, que vino corriendo hacia mí y se lanzó directo a mis brazos, como si pudiese sentir cariño por él. Los perros son tan estúpidos -pensé al instante.
Pero igual de rápido, entendí que no lo era. Igual me lo inventé, pero en la mirada de aquel animal intuí un atisbo de comprensión que ningún otro ser de mi especie había logrado transmitirme.
Entonces una fría lágrima recorrió mi mejilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario