No supimos vivir, ni tampoco morir.
No supimos agarrarnos fuerte de las manos y saltar a un vacío desconocido. No supimos ser lo que podíamos ser. Tan sólo lo que nos dejaban...
Y abandonamos nuestro hogar, y nos lanzamos a la callejería y la soledad. Y nos construímos un palacio al borde del precipicio, allá en las hostiles tierras de la muerte y lejos de todo rastro de vida o emoción...
Y nos encerrábamos...
Y nos enfriábamos...
Y ahora, nuestra piel se desertiza y nuestro corazón se quiebra tornándose polvo y ceniza. Esparciéndose volátil por nuestro decadente mundo.
El mundo que creamos a base de miseria, odio, rencor, mentiras y demás nauseabundas y macabras artimañas.
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