Cautivo

Me dejé caer sobre el asfalto. Las sienes me sudaban y las piernas me temblaban de la carrera. Creí que el corazón se me salía del pecho pero sabía que ni muerto me dejarían escapar de aquel infierno. Así que me aferré a la vida.

Podía oír pasos, ladridos y gritos pero demasiado lejos como para llegar a preocuparme por ellos. Ahora toda mi atención recaía sobre mi brazo izquierdo, a través del cual brotaba una cascada de sangre que, cuidadosamente, había estado reteniendo para no dejar ningún rastro de mi fuga. No tenía tiempo de extraerme la bala, sin embargo, creí necesario hacerme un torniquete improvisado con una manga de la camisa. Pronto se me infectaría, pero para entonces ya apenas tendría importancia.

Retomé la cruzada y al poco tiempo llegué al muro que separaba nuestro mundo con el de los vivos. No era muy alto, casi metafórico, y logré escalarlo con facilidad. Pero cuando alcancé su cima mi tiempo ya se había terminado.

Se oyó un segundo disparo.


2 comentarios:

Gema dijo...

Quizás peque un poco de soberbia pero... a veces leo frases tuyas que yo también las habría escrito así. Me gusta reconocerme inconscientemente.

A parte de ese comentario me gusta lo que nos hace ver, como si yo misma estuviera ahí, a pocos metros del suelo.

Un artista es amplio y creciente, y tú no podrías ser de otra manera. Enhorabuena, querido :)

Jose González dijo...

¿Qué hubiera sido de Platón sin Aristóteles?