Lágrimas de bicicleta

Una tarde cualquiera en aquella ciudad sin arte. Dos jóvenes montados en bicicleta recorrían una de las orillas del río mientras éste reflejaba los últimos rayos de un decadente sol. Un sol que no sería testigo de la más triste de las despedidas. Los dos jóvenes frenaron y se bajaron de sus bicicletas, aún así siguieron agarrados a ellas, agazapándose al único recuerdo que sobrevivirá a aquel atardecer:
- ¿No puedo hacer nada por evitarlo?- preguntó Raúl aún conociendo la respuesta.
- Este lugar ya no me pertenece- Respondió Víctor apartando la mirada de su amigo- ya no queda nada que me ate a sus viejas calles, ahora convertidas en caminos de asfalto y tristeza.

Ambos se miraron y no pudieron evitar derrumbarse ante el resquemor de la separación. Raúl soltó su bicicleta y, dando un paso al frente, trató de recuperar aquello que alguien se había propuesto arrebatarle:
- ¿Y yo? ¿No soy importante para ti?
- Eres tan importante como para ser el único que sabe de mi marcha, y conoce los motivos que la causan.
- Pero no lo suficiente como para evitarla... -inquirió finalmente

Víctor imitó la acción de Raúl y luego se acercó a su amigo hasta poder colocarle las manos sobre sus hombros. Raúl trataba de esconderse de su castaños ojos pero apenas veinte centímetros no eran suficientes para construir una barrera eficaz. Las dos bicicletas ya vibraban con la inminente despedida. 
- Te creo suficientemente importante como para saber que aquí ya no puedo ser feliz. Esta ciudad me dio la vida y yo no supe vivirla como se esperaba de mi. No supe ser un buen hijo, ni un buen amigo... ni siquiera una buena persona, y merezco por ello todo el castigo al que se me ha condenado en forma de rechazo y soledad. Te creo suficientemente importante como para saber que no tengo otra opción. Ahora debo marcharme, pero algún día volveré siendo todo aquello que siempre quise ser. Y entonces sabrás alegrarte de mi decisión.

Posó su mano derecha suavemente sobre la cabeza de Raúl y la frotó ágilmente por entre sus cabellos rizados. Luego dio media vuelta, recogió su bicicleta del suelo y se montó sobre ella. Lanzó una última mirada a su amigo antes de comenzar a pedalear pero éste la había desviado hacia el suelo. Para cuando volvió a alzarla Víctor ya se encontraba demasiado lejos como para saber que Raúl se quedaría allí despidiéndolo durante varias horas después de su marcha.

Para entonces ya había anochecido y la luna se alzaba grande y luminosa tanto en el oscuro cielo sevillano como en su reflejo en el río. Raúl continuó allí parado, temblando, mientras su bicicleta, tirada en el suelo, trataba de llorar todas aquellas lágrimas que aún no habían brotado de los ojos del joven.       

No hay comentarios: