Miraba al cielo, al agua, a los árboles, y sentía la tranquilidad que, hacía meses, anhelaba. Los pájaros volaban entonando mis canciones preferidas y los insectos comenzaban a aparecer de entre las plantas para recordarme que el verano había empezado y que tenía en mis manos el tiempo necesario para hacer todo lo que quisiera hacer. El tiempo y el arte.
Me levanté entonces, asombrada de mis recién descubiertas ganas, y me dirigí a la mesita del porche mientras rociaba con mi cuerpo toda la hierva que iba recorriendo en mi travesía. Encima de ella había una mochila y junto a ella una pequeña libreta. Saqué un bolígrafo de la mochila, cogí la libreta y volví a sentarme al borde de la piscina.

Había mojado algunas hojas pero me dio igual. El universo había decidido que tuviese manos de patosa y mente de poetisa y yo no podía hacer nada para evitarlo, así que olvidé el pequeño incidente y me dejé llevar por la magia de la que se me había dotado. En diez minutos ya pude sentirme orgullosa de otro pequeño gran poema. Pequeño en dimensión y, quizá, en calidad literaria. Grande en corazón, en belleza y en intensidad.
1 comentario:
Es precioso :)
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