Lo primero que recuerdo es el final de un extraño sueño nada extraño para ser un sueño. Después una sensación de sed, y después silencio. Abrí los ojos, salté de la cama y abrí la puerta de mi habitación. A paso ligero recorrí el largo pasillo hasta la cocina y, precipitadamente, derramé sobre mi sedienta garganta un litro de agua embotellada y fresca. Ya comenzaba la sensación de frío.
Cerré el frigorífico de un portazo e invertí el recorrido anterior para volver a la cama. Me daba vueltas la cabeza y a veces oía incesantes ruidos que seguramente serían producto de la jaqueca, pues a mi alrededor no había nada ni nadie que pudiese emitirlos. Acababa de caer en lo extraño que era eso.
Rechacé el volver a retomar el sueño y volví sobre mis pasos para echar un vistazo. La casa estaba completamente vacía y por cada rincón se respiraba silencio. Demasiado silencio.
Exploré varias veces la casa, en busca de calor, pero sólo conseguí tropezarme, debido a las prisas, con una botella de RedLabel medio derramada en el suelo, que ahora rodaba por debajo de la mesa dejando a su paso un camino de líquido dorado. Me golpeé la cabeza y medio me mareé. Luego traté de levantarme pero mis pies se deslizaron sobre el whisky y volví a golpearme contra la fría losa del salón. Así, que me quedé ahí derrotado.
Giré la cabeza y extendí el brazo en busca del cristal que necesitaba. Aún quedaba alcohol en el fondo así que lo agarré y vertí su contenido en el interior de mi boca. Sin apenas inclinarme, noté como aquel líquido comenzaba a introducirse por mi cuerpo y me quemaba la garganta. Pero ya sólo tragaba soledad.
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