Ojos negros

Salía deprisa de la boca del metro, tratando de evitar las zancadillas traicioneras de los escalones de metal. Todas las mañanas me tropezaba en algún punto de la escalinata, y aquel día no iba a ser diferente. Junto antes de pisar la acera di de bruces contra el suelo, no sin antes dejar que mi portaplanos echase a volar un par de metros por encima de mi cabeza.

Me levanté casi instantáneamente y recorrí visualmente la escena del crimen en busca del rebelde portaplanos. No estaba lejos. Me agaché para cogerlo, pero una chica de pelo rizado y mirada sombría se me adelantó. Ahora me lo tendía amable.
- Muchas gracias- le dije con una sonrisa mientras lo cogía, pero ella no contestó. No tenía mucho que perder así que tampoco esperé respuesta. En lo que sí me fijé fue en sus penetrantes ojos negros.

Era un día importantísimo para mí, estaba a punto de presentar el mayor proyecto arquitectónico que jamás había diseñado y ya iba con más de quince minutos de retraso. Si aquellos malditos escalones conseguían tirar todas aquellas horas de trabajo y dedicación por la borda juraba ante Dios que no volvería a poner una sola escalera en ninguno de mis proyectos. Ya era hora de jubilar ese invento del diablo.  

Casi había llegado al lugar donde había quedado con mi cliente, apenas me quedaba cruzar una calle, pero el destino (y las escaleras), no quisieron que aquel día me convirtiese en el prestigioso y remunerado arquitecto que siempre quise ser.

Desperté en el hospital frente a un par de ojos negros, que me miraban preocupados. Junto a ellos, el empresario Víctor Garmendia, mi cliente, también parecía esperar mi amanecer. Recordaba la abundancia de tráfico, recordaba las luces y el claxon, y recordaba también soltar el portaplanos, pero no haberlo recuperado.
-  Lo siento, señor Garmendia, puedo rehacer los planos. Olvidé hacer una copia de seguridad en mi ordenador pero está todo aquí, en mi cabeza- me apresuré a aclarar.
- No se preocupe- respondió serio
- Se lo digo en serio, soy capaz de rehacerlos, esta misma tarde me pongo manos a la obra y en menos de día y medio los tiene en su despacho.
- Le he dicho que no se preocupe, está todo controlado- esta vez dejó escapar una sonrisa tranquilizadora y una mirada cómplice con la única chica de la sala.

Ésta también sonrío y dejó ver el tubo negro y pesado que contenía lo único que era capaz de importarme en aquellos momentos:
- ¡Mi portaplanos!

1 comentario:

Nuria dijo...

Yo también opino que las escaleras son el diablo personificado (bueno, edificado), pero en ellas también se libran todas las batallas de la vida: discusiones, reconciliaciones, encuentros, desencuentros, caídas... y pérdidas de planos. :P