Le quiero

- Le quiero -dijo Pablo con la tierna voz del más dichoso de los enamorados.

Podría decirlo más fuerte, más claro. Gritarlo a los mil vientos y, también, susurrárselo al oído. Podría decírselo a ella, pero no era ella quién estaba allí, sino David.
- ¿Le quieres?- se extrañó su amigo.

David nunca entendió de palabras y conceptos abstractos. Nunca entendió de sentimientos.
- Claro. Le miro cada día, le sueño cada noche, le pienso cada instante. Le quiero. Le quiero. ¡Le quiero!
- ¿Y ella?- intervino entonces David.

Pablo no sabía a qué se refería. Él estaba dispuesto a recorrer el mundo y a vencer a todos los monstruos, por ella. ¿Acaso no era eso suficiente?
- ¿Te mira ella?

Pensó un instante. Sabía la respuesta. Era doloroso decirlo, pero la sabía.
- No- contestó.
- ¿Te sueña ella?
- No
- ¿Te piensa ella?
- No

David hizo una pequeña pausa, solemne y profunda. Luego finalizó su discurso:
- ¿Te quiere ella?


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