Julieta

De nuevo me encontraba solo frente aquel viejo escritorio de madera. Un mar de papeles arrugados inundaban el suelo de la habitación como copos de nieve en una dura noche de invierno (siendo verano) y los lápices, de diferentes grosores y durezas, convertían la escena en un invernal paraje lleno de árboles talados y nieve. Mucha nieve. Aquella imagen ilusoria me hizo abandonar la realidad y volver al mundo al que siempre creí que pertenecía:

Hacía frío, portaba una pesada y robusta hacha de leñador y me dirigía hacia un enorme torreón que se alzaba sobre la plenitud del bosque. Recordaba haber recorrido desiertos y ciudades, de haber luchado contra dragones y gigantes y de haber atravesado aquella frondosa y peligrosa arboleda, eliminando todo aquello que se interponía en mi travesía, pero no alcanzaba a hacer lo mismo con el objeto de tan cansada cruzada. Quizá buscase algo... o a alguien.

Seguí caminando y no tardé en llegar a mi destino. De cerca, incluso parecía que aquella torre podía llegar hasta el cielo. Y no me equivocaba. Destrocé la puerta de una patada y comencé a subir uno a uno los peldaños de la larga escalera de caracol que recorría el interior del edificio como una enredadera trepaba el exterior de un tronco. Entre el esfuerzo de la subida y la consistencia de aquella estructura de piedra pronto entré en calor y pude desprenderme de las pieles que componían mis ropajes de abrigo. Eso hizo que ganase velocidad y llegase a la cima en menos de un balar de cordero.

Esperaba encontrar un habitáculo, una buhardilla o un escondrijo secreto, pero tras el último de los peldaños me topé directamente con el cielo nocturno, coronado majestuosamente por una preciosa y enorme luna llena. Más preciosa y enorme de lo que nunca antes la había visto.
- Por fin has llegado- silbó una voz femenina en una mezcla entre canto y suspiro.

Moví la cabeza en todas las direcciones que mi anatomía permitía y no pude hallar su procedencia así que contesté sin mirar directamente a ningún punto en particular:
- ¿Quién eres, dónde estás?
- Estoy aquí, en la Luna- respondió con el mismo dulce y musical timbre de voz. 

Alcé la cabeza, agudicé la vista y forcé la retina. Sobre el satélite, una joven de largos cabellos rubios y elegantes ropajes ladeaba su mano derecha buscando llamar mi atención. Pero ya no necesitaría hacerlo más. Mis ojos ya no dejarían de mirarla ni mis brazos de tratar de alcanzarla. Jamás.
- ¡Julieta, amor mío! Te he buscado toda mi vida. ¿Cómo puedo alcanzarte?
- Tienes que subir- se limitó a contestar.

Recorrí aquella azotea y me sorprendí al visualizar una larga escalera de mano que, a mi parecer, había surgido mágicamente mientras me hallaba inmerso en aquel romántico encuentro. De todas maneras, no era momento aquel de indagar cuestiones metafísicas y me dirigí corriendo hacia ella. Solté mi hacha y agarré la escalera con las dos manos para llevarla justo al borde del torreón. Allí la dejé caer y el viento (o la magia) la sostuvo en mitad del cielo para que yo pudiese utilizarla para llegar hasta Julieta.

Comencé a subir, sin mirar abajo ni plantearme un solo segundo lo que pudiera pasar si caía desde semejante altura. No me importaba. Sólo tenía tiempo para pensar en Julieta. Ojos para mirarla. Brazos para abrazarla. Corazón para amarla, con todas mis fuerzas.

Y seguí subiendo, y una corriente de aire hizo temblar la escalera, pero no me preocupaba. Creía que los dioses ya me habían demostrado suficiente que estaba destinado a amar a Julieta. Lo que no sabía hasta aquel momento es que los dioses también me habían destinado a morir por ella.

Cuando llegué al final de la escalera casi  podía rozar la superficie de la Luna, sin embargo, vislumbraba a Julieta más lejana que nunca. Alargué el brazo y estiré todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo, pero no era suficiente. Estaba desesperado. Me solté de ambas manos y separé los pies de la escalera en un poderoso salto que me hizo recorrer el cielo un par de segundos antes de precipitarme al vacío.

Caía. Y en mi caída veía como se desdibujaba todo mi mundo conocido. Se desdibujaban los árboles y la nieve, se desdibujaba la torre de piedra, se desdibujaba la escalera, se desdibujaba la Luna más preciosa y enorme que había visto jamás, y se desdibujaba Julieta. Mi Julieta.


Entonces volví a mi habitación, junto al mar de papeles arrugados esparcidos por el suelo y el bosque de lápices de diferentes grosores y durezas. Volví a estar sentado sobre aquella silla giratoria, frente aquel viejo escritorio de madera. Y sobre él estaba ella. Julieta. Subida sobre la Luna. Mirándome. Ladeando su mano derecha buscando llamar mi atención. Lo que no sabía es que solamente era un dibujo y que nunca podríamos amarnos fuera de aquel mundo al que yo siempre creí que pertenecía.

1 comentario:

Gema dijo...

Si que ha dado de sí Julieta :)

"Caía. Y en mi caída veía como se desdibujaba todo mi mundo conocido. Se desdibujaban los árboles y la nieve, se desdibujaba la torre de piedra, se desdibujaba la escalera, se desdibujaba la Luna más preciosa y enorme que había visto jamás, y se desdibujaba Julieta. Mi Julieta. " :')