Me levanto de un salto procurando, con notable tacto, que ni almohada, ni sábanas, ni edredón queden sin arrugar o sin tocar el suelo, y me tropiezo con el resultado de mi propia patosidad. En la caída, encuentro unos vaqueros y una camiseta, adecuadamente colocados en el suelo, y me los coloco mientras trato de alcanzar, sin sufrir otro accidente, la puerta de la habitación. Al llegar a la cocina abro el frigorífico y saco una lata de coca-cola de entre el ejército de botellines de cerveza que dominan mi nevera. Antes de salir de casa, recojo las llaves del llaverín, junto a la puerta, y tiro la lata, que me acabo de beber mientras he vuelto a mi habitación a ponerme los zapatos y una chaqueta, en el cubo de la basura, bajo el fregadero. El ruido de la puerta hace de claqueta para que comience la acción:
- Hola Álex- al darme la vuelta su voz interrumpe mi tensión y bloquea mis neuronas. Aunque lo intento no puedo articular una sola palabra- estaba a punto de llamar al timbre, pero... ¿tienes prisa? A lo mejor no he venido en el momento adecuado.
- Siempre es el momento adecuado para ti- aventura mi lengua. Mis neuronas siguen tratando de huir de allí.
- Estupendo. Esto... quería pedirte perd...
- No hace falta- la corto, y puedo volver a pensar con claridad.
- Pero...
- De verdad que no es necesario Laura;- comienzo a explicar mientras mis piernas me obligan a pasar a su lado y empezar a caminar por la acera- no necesito tus disculpas ni las de nadie. Tomaste una decisión y yo la respeto. Es tu vida.
- Ya no- contesto con rotundidad.
- ¿Qué quieres decir?- pregunta.
- Que yo también he tomado una decisión
- ¿Qué decisión?- sigue preguntando, y yo no puedo evitar pensar que sabe perfectamente las respuestas y que lo hace sólo porque necesita escucharlas de mis labios para reafirmarla, para reafirmarse.
Así que decido no darle ese gusto:
- Adiós Laura
Acelero el paso y oigo cómo su voz va desapareciendo en la distancia. Me grita, me sigue preguntando cosas que yo no sé o no quiero contestar, vuelve a gritarme, y yo no comprendo nada de lo que dice. Al cabo de unos segundos dejo completamente de oírla y comienzo a imaginármela; allí, parada en mitad de la calle, con las manos introducidas en los bolsillos de su cazadora, con su pañuelo rosa alrededor del cuello, con sus gafas de sol y con su moño desdibujado, que me dice todo lo que no quiere decirme con los ojos. Se da la vuelta y me da la espalda, como yo se la he dado a ella, como ella me la dio a mi, como nos fallamos los dos, como ahora también nos vamos los dos, nos abandonamos, los dos.
Entonces miro el reloj y echo a correr.
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